Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana
Selección de Marcelino Menéndez y Pelayo
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A la Espe­ranza

Lupercio Leonardo de Argensola
(1559–1613)

ALIVIA sus fatigas
El labrador cansado
Cuando su yerta barba escarcha cubre,
Pensando en las espigas
Del agosto abrasado
Y en los lagares ricos del octubre;
La hoz se le descubre
Cuando el arado apaña,
Y con dulces memorias le acompaña.

Carga de hierro duro
Sus miembros, y se obliga
El joven al trabajo de la guerra.
Huye el ocio seguro,
Trueca por la enemiga
Su dulce, natural y amiga tierra;
Mas cuando se destierra
O al asalto acomete,
Mil triunfos y mil glorias se promete.

La vida al mar confía,
Y a dos tablas delgadas,
El otro, que del oro está sediento.
Escóndesele el día,
Y las olas hinchadas
Suben a combatir el firmamento;
Él quita el pensamiento
De la muerte vecina,
Y en el oro lo pone y en la mina.

Deja el lecho caliente
Con la esposa dormida
El cazador solícito y robusto.
Sufre el cierzo inclemente,
La nieve endurecida,
Y tiene de su afan por premio justo
Interrumpir el gusto
Y la paz de las fieras
En vano cautas, fuertes y ligeras.

Premio y cierto fin tiene
Cualquier trabajo humano,
Y el uno llama al otro sin mudanza;
El invierno entretiene
La opinión del verano,
Y un tiempo sirve al otro de templanza.
El bien de la esperanza
Solo quedó en el suelo,
Cuando todos huyeron para el cielo.

Si la esperanza quitas,
¿Qué le dejas al mundo?
Su máquina disuelves y destruyes;
Todo lo precipitas
En olvido profundo,
Y ¿del fin natural, Flérida, huyes?
Si la cerviz rehuyes
De los brazos amados,
¿Qué premio piensas dar a los cuidados?

Amor, en diferentes
Géneros dividido,
Él publica su fin, y quien le admite.
Todos los accidentes
De un amante atrevido
(Niéguelo o disimúlelo) permite.
Limite pues, limite
La vana resistencia;
Que, dada la ocasión, todo es licencia.

 
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Artículo Wikipedia de Lupercio Leonardo de Argensola