Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana
Selección de Marcelino Menéndez y Pelayo
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Rosana en los Fuegos

Juan Meléndez Valdés
(1754–1817)

DEL sol llevaba la lumbre
Y la alegría del alba,
En sus celestiales ojos
La hermosísima Rosana,
Una noche que a los fuegos
Salió la fiesta de Pascua,
Para abrasar todo el valle
En mil amorosas ansias.
Por doquiera que camina
Lleva tras sí la mañana,
Y donde se vuelve rinde
La libertad de mil almas.
El céfiro la acaricia
Y mansamente la halaga,
Los Amores la rodean
Y las Gracias la acompañan.
Y ella, así como en el valle
Descuella la altiva palma
Cuando sus verdes pimpollos
Hasta las nubes levanta;
O cual vid de fruto llena
Que con el olmo se abraza,
Y sus vástagos extiende
Al arbitrio de las ramas;
Así entre sus compañeras
El nevado cuello alza,
Sobresaliendo entre todas
Cual fresca rosa entre zarzas;
O como cándida perla
Que artífice diestro engasta
Entre encendidos corales,
Porque más luzcan sus aguas.
Todos los ojos se lleva
Tras sí, todo lo avasalla;
De amor mata a los pastores
Y de envidia a las zagalas.
Ni las músicas se atienden,
Ni se gozan las lumbradas;
Que todos corren por verla
Y al verla todos se abrasan.
¡Qué de suspiros se escuchan!
¡Qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire
Y no se esmere en loarla.
Cuál absorto la contempla
Y a la aurora la compara
Cuando más alegre sale
Y el cielo de su albor baña;
Cuál al fresco y verde aliso
Que crece al margen del agua,
Cuando más pomposo en hojas
En su cristal se retrata;
Cuál a la luna, si muestra
Llena su esfera de plata,
Y asoma por los collados
De luceros coronada.
Otros pasmados la miran
Y mudamente la alaban,
Y cuanto más la contemplan
Muy más hermosa la hallan.
Que es como el cielo su rostro
Cuando en la noche callada
Brilla con todas sus luces
Y los ojos embaraza.
¡Ay, qué de envidias se encienden!
¡Ay, qué de celos que causa
En las serranas del Tormes
Su perfección sobrehumana!
Las más hermosas la temen,
Mas sin osar murmurarla;
Que como el oro más puro
No sufre una leve mancha.

—Bien haya tu gentileza,
Una y mil veces bien haya,
Y abrase la envidia al pueblo,
Hermosísima aldeana.
Toda, toda eres perfecta,
Toda eres donaire y gracia,
El amor vive en tus ojos
Y la gloria está en tu cara;
En esa cara hechicera,
Do toda su luz cifrada
Puso Venus misma, y ciego
En pos de sí me arrebata.
La libertad me has robado,
Yo la doy por bien robada,
Mas recibe el don benigna
Que mi humildad te consagra.
No el don por pobres desdenes,
Que aun las deidades más altas
A zagales, cual yo, humildes,
Un tiempo acogieron gratas;
Y mezclando sus ternezas
Con sus rústicas palabras,
No, aunque diosas, esquivaron
Sus amorosas demandas.
Su feliz ejemplo sigue,
Pues que en verdad las igualas;
Cual yo a todos los excedo
En 1o fino de mi llama—.
Esto un zagal le decía
Con razones mal formadas,
Que salió libre a los fuegos
Y volvió cautivo a casa.
Y desde entonces perdido
El día a sus puertas le halla;
Ayer le cantó esta letra
Echándole la alborada:

Linda zagaleja
De cuerpo gentil,
Muérome de amores
Desde que te vi.

Tu talle, tu aseo,
Tu gala y donaire,
No tienen, serrana,
Igual en el valle.

Del cielo son ellos
Y tú un serafín:
Muérome de amores
Desde que te vi.

De amores me muero,
Sin que nada alcance
A darme la vida
Que allá te llevaste,

Si no te condueles
Benigna de mí;
Que muero de amores
Desde que te vi.


 
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Artículo Wikipedia de Juan Meléndez Valdés