Vida de Ignacio Agramonte - Juan J. E. Casasus
Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús
<< Libro Sexto Fin

A P É N D I C E
 

Obelisco que señala en Jimaguayú el sitio
donde cayó el Mayor General Ignacio Agramonte



 
 HOMENAJES TRIBUTADOS AL MAJOR
 

EL día primero de abril de 1874 decretó el Gobierno de la República erigir un monumento al Mayor General Ignacio Agramonte: para cumplir esta disposición, en una botella se colocó el acta que lo dispuso, siendo enterrada en el lugar en que había caído el jefe muerto, a indicación de los prácticos Ramón y Pascual Agüero. En ese mismo lugar, por disposición del General Máximo Gómez, al cruzar en marcha hacia Occidente las fuerzas invasoras, cada soldado libertador arrojó una piedra, para que quedase marcado por luengo tiempo el sitio fatal.

El 24 de febrero de 1912 se inauguró, en el parque de su nombre, en esta ciudad de Camagüey, la estatua que la devoción de los camagüeyanos erigía, por suscripción pública, y a iniciativa de la "Sociedad Popular de Santa Cecilia", al héroe insigne. Fué propulsor de tan noble propósito el Presidente de dicha Institución RAUL LAMAR SALOMON.

El día 25 de febrero de 1912 se inauguró el busto que se yergue en el Cementerio de esta ciudad, por suscripción popular, a iniciativa del tesorero del Centro de Veteranos, capitán Eduardo de la Vega Basulto; a esta obra contribuyeron el Estado y la Provincia.

El 26 de febrero de 1912, a las 9 de la mañana, se descubrió la lápida que el Comité de la Habana "Homenaje a Ignacio Agramonte" acordó colocar en la casa Estrada Palma número 5, en que naciera el héroe el día 23 de diciembre de 1841. La lápida tiene la siguiente inscripción: "En esta casa nació el "Mayor" Ignacio Agramonte el 23 de diciembre de 1841. Murió combatiendo por la Independencia patria en Jimaguayú el 11 de Mayo de 1873."

En el Hospital de San Juan de Dios, donde fué expuesto el cadáver del Mayor el día 12 de mayo de 1873, se colocó, en el año 1921, una lápida con la siguiente inscripción: "En este lugar fué expuesto el cadáver del Mayor General Ignacio Agramonte. Mayo 12 de 1873. El Centro Escolar Ignacio Agramonte le dedica este recuerdo. 1921."

Por último, ,en el histórico campo de Jimaguayú quedó inaugurado, en 11 de mayo de 1928, el obelisco que la devoción y el fervor patriótico de los camagüeyanos levantaron allí, donde cayera 55 años antes, atravesada la cabeza apolínea por una bala española, el primero de los hijos de esta provincia.
 

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 DOCUMENTOS
 

 
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PARROQUIA DE LA SOLEDAD.—Libro 21 de Bautismos de Blancos—Folio 60 vuelto—Inscripción número 455.—IGNACIO EDUARDO FRANCISCO DE LA MERCED.

En la Ciudad de Santa María de Puerto Pre. en seis de Enero de mil ochocientos cuarenta y dos. Yo el infrascripto como Teniente de Cura de esta Parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, bauticé solemnemente, puse óleo y crisma, nombrando Ignacio Eduardo Francisco de la Merced a un niño que nació el día veinte y tres del mes anterior, hijo legítimo del Caballero Regidor, Fiel ejecutor Br. D. Ignacio de Agramonte, y Doña María Filomena Loynaz y Caballero. Abuelos paternos, el Lcdo. D. Francisco Agramonte y Recio, Regidor Fiel ejecutor que fué del M. I. Ayuntamiento de esta ciudad, y Doña Francisca Sánchez y Agramonte, Maternos, D. Mariano Loynaz. y Doña María de la Merced Agramonte y Sánchez, a quienes advertí lo necesario y firmé entre renglones: Eduardo, Joaquín de Cisneros.

(OBTENIDO ESTE DOCUMENTO POR EL DILIGENTE Y CARO AMIGO EUGENIO SARDUY PALOMARES).
 

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Número 41 Agramonte, Lic. D. Ignacio con Doña Margarita Simoni-Ambo soluti C. y V. Agosto.

En primero de Agosto del año del Sor. de mil ochocientos sesenta y ocho. Yo el Pbro. D. Pedro Francisco Almanza, de concensi Parochi y asistencia del Pbro. D. Esteban de la Torre, Teniente de Cura interino de esta Parroquia de término de Nuestra Señora de la Soledad, hecha la información extrajudicial de estilo, practicado el correspondiente informativo de cristiandad y soltería, previo despacho del Sr. Previsor, Vicario General del Arzobispado, dado en Cuba en diez del corriente, proclamados en los días diez y nueve, veinte y cinco y veinte y seis del mismo sin haber resultado impedimento alguno canónigo ni civil confesados y comulgados, constándome el mutuo consentimiento de las partes, por palabras de presente casé y velé infacie Ecce. al Lic. D. Ignacio de Agramonte, soltero, natural de esta ciudad, hijo legítimo del Lcdo. D. Ignacio Agramonte y Sánchez y de Doña Filomena Loynaz y Caballero con Doña Margarita Amalia Simoni, soltera, de la misma naturaleza, e hija legítima del Lcdo. D. José Ramón Simoni y de Doña Manuela Argilagos: fueron padrinos el Lcdo. D. Ignacio de Agramonte y Sánchez y Doña Manuela Argilagos de Simoni y testigos D. León Primelles y D. Dionisio de Betancourt. Y para que conste lo firmo en otro día, mes y año.

Pedro Francisco Almanza.—Esteban de la Torre.

(OBTENIDO ESTE DOCUMENTO POR EL DILIGENTE Y CARO AMIGO EUGENIO SARDUY PALOMARES).
 

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Pbro. Pablo Gonfaus Palomares, Cura Ecónomo de la Parroquia del Santo Cristo del Buen Viaje y Capellán del Cementerio general de la ciudad de Camagüey en la República de Cuba:

CERTIFICO: que al folio 175 vuelto del tomo 9º de entierros de personas blancas de este cementerio general a mi cargo se encuentra la anotación que copiada dice: Mes de mayo en doce de mil ochocientos setenta y tres. Por orden del Excelentísimo Señor Gobernador Político: En dice Ignacio Agramonte y Loynaz, se dió entrada a su cadáver en este cementerio general. Esteban de la Torre. Concuerda con su original. Pablo Gonfaus.

(TOMADO EL DOCUMENTO QUE ANTECEDE DE LA OBRA DE EUGENIO BETANCOURT AGRAMONTE, TITULADA "IGNACIO AGRAMONTE Y LA REVOLUCION CUBANA" PAGINA 535).
 

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EXPEDIENTE ACADEMICO DE AGRAMONTE

Agustín Puebla Tolete, Licenciado en jurisprudencia, Secretario general de la Universidad de Barcelona. Certifico:

Que Ignacio Eduardo Agramonte tiene cursados y aprobados los tres años de latinidad y humanidades y dos de filosofía elemental en los académicos 1852-57 con sobresaliente en los tres de latinidad y primero de filosofía i de notablemente aprobado en el segundo, cursado este último en esta universidad, el anterior en el colegio dirigido por Don José Figueras en esta ciudad y los tres de latinidad y humanidades en el dirigido por Don Isidro Prats, ambos colegios incorporados a esta universidad.

Barcelona 15 de junio de 1857.

(firmados) Francisco de Paula Tolete. Agustín Puebla Tolete.

Francisco Just notario público de Barcelona certifica la autenticidad de las firmas precedentes.
 

SOLICITUD

Sr. Rector de la Universidad de la Habana.

Ignacio Eduardo de Agramonte natural de Puerto Príncipe.

Ante usted con el debido respeto expone:

Que habiendo cursado dos años de filosofía y obtenido la correspondiente aprobación en la universidad de Barcelona, según consta en la certificación debidamente legalizada que acompaño, desea incorporarlos en esta universidad como lo permite el artículo 99 del plan y el 100 del reglamento de la misma para que se le matricule en el tercero a fin de seguir la carrera de jurisprudencia.

En esta virtud y exhibiendo su fe de bautismo desde luego promueve el informativo de limpieza de sangre. Por tanto i acompañando el recibo de haber satisfecho los derechos de información e incorporación. A usted Suplico se sirva mandar se reciban las declaraciones a los testigos, dar por incorporados dos años de filosofía y disponer se le matricule en el tercero y sin perjuicio se libre la correspondiente acordada a la Universidad de Barcelona, para la confrontación de la certificación presentada.

 

Habana, agosto 21 de 1857.

En fecha 24 de agosto hay un informe. Sr. Rector. Puede usted servirse decretar la incorporación de estudios interesada a condición de practicar una información de limpieza de sangre, buena vida y costumbres y pagarse los derechos de reglamento, entendiéndose todo a reserva de lo que resulte de la acordada, que habrá de pedirse a la Universidad de Barcelona. Tal es la opinión de la Secretaría.

En 9 septiembre-57. Comparecen Miguel de Céspedes: Fernando Armende y José María Mirelles los que interrogados por legitimidad, limpieza de sangre, buena vida y costumbres declaran que saben que es hijo legítimo de X X personas blancas, sin mezcla de mala raza, que es aplicado y de las mejores costumbres.

En 12 de septiembre-57. Se aprueba, con el mérito de las declaraciones, cuanto ha lugar en derecho el informativo de legitimidad, limpieza de sangre, buena vida y costumbres. Antonio Zambrana.

Hay unas notas marginales en el expediente, impuestas a los oficios que le fueron librados a la Universidad de Barcelona por la de la Habana, firmadas por Agustín Puebla Tolete por las que se acredita haber aprobado en aquella universidad Agramonte tres años de latinidad y dos de filosofía.'

En 14 de septiembre-57 matricula primer semestre de filosofía; en primero febrero-58 matricula el segundo semestre.

En 24 septiembre-58 matricula el primer semestre del cuarto año de filosofía y en primero febrero-59 matricula el segundo semestre del cuarto año.

En 8 de julio de 1858 examina todas las asignaturas de tercer año de filosofía y obtiene nota de sobresaliente.

En 16 de mayo-58 consta que asistió al repaso extraordinario de filosofía que explicó el catedrático supernumerario Joaquín García Lebredo durante el primer semestre de aquel año.

Consta, certificado primero julio-59, que asistió a todas las asignaturas correspondientes al cuarto año de filosofía. El primero de julio-59 solicita el grado de bachiller por haber cursado los cuatro años de filosofía, y asistido a la clase do extraordinario. En 6 de julio sufre examen y obtiene el título de bachiller en artes con nota de sobresaliente.

Matricula jurisprudencia en 2 de septiembre-59. En 4 de julio-60 examina todas las asignaturas de primer año de jurisprudencia con notas de sobresaliente, lo que certifica Laureano Fernández Cuevas.

En 2 de julio-61 examina todas las asignaturas del segundo año de jurisprudencia, obteniendo nota de sobresaliente.

En 2 de julio-62 examina tercer año de jurisprudencia: sobresaliente; todas las asignaturas.

Asistió a todas las asignaturas del cuarto de jurisprudencia.

En 17 de junio de 1863 "habiendo cursado los cuatro primeros años de jurisprudencia y asistido al curso extraordinario" pide el grado de bachiller en jurisprudencia, teniendo lugar en primero de julio el exámen, en el que obtuvo sobresaliente.

En 2 de noviembre de 1863 se matricula en procedimiento judicial, derecho político y derecho penal, asignaturas del período de la licenciatura la primera, y del bachillerato la segunda.

Ramón de Armas certifica en 31 de octubre de 1863 que le ha admitido en su estudio, en calidad de practicante al bachillerato en jurisprudencia.

Solicita, en 25 de noviembre de 1864, que se agreguen al expediente certificaciones de asistencia al estudio de Ramón de Armas.

En 3 y 4 de junio de 1864 obtiene sobresaliente en Derecho Penal y Teoría de los Procedimientos.

Le señalan el exámen de grado de Licenciado para el 8 de junio de 1865 en que obtiene sobresaliente.

Solicita en 20 de agosto de 1867 exámen de grado para el Doctorado, exponiendo que cursó las asignaturas correspondientes en la facultad de Derecho Civil y Canónico, señalándose para dicho exámen las ocho de la mañana del 24 de agosto de 1867. No consta que asistiera al mismo.
 

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TOMA DE RAZON DEL TITULO DE LICENCIADO EN LEYES
DE IGNACIO AGRAMONTE Y LOYNAZ.

"M. I. Ayuntamiento de Puerto Príncipe.

Secretaría Contaduría.

Habiéndose presentado por D. Ignacio Agramonte y Loynaz el título de Lic. en Derecho Civil y Canónico que con fecha 13 de junio último se sirvió despacharle el Excmo. Sr. Gobernador Superior Civil de la Isla, por haber hecho constar su suficiencia ante la Universidad de la Habana, la M. I. Corporación acordó en sesión ordinaria celebrada en 12 del corriente su toma de razón, y que se publique por este medio para general inteligencia. Puerto Príncipe. Agosto 16 de 1865. El Secretario Contador Juan Lavastida."

(TOMADO ESTE DOCUMENTO DE UN EJEMPLAR ORIGINAL DEL PERIODICO "EL FANAL", DE PUERTO PRINCIPE, DE FECHA DOMINGO 20 DE AGOSTO DE 1865, DEL ARCHIVO DEL HISTORIADOR JORGE JUAREZ CANO).
 

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PROCLAMA QUE DESDE SU CUARTEL GENERAL,
SITUADO EN CAUTO DEL EMBARCADERO,
DIRIGIO EL 14 DE MAYO DE 1872
EL GENERAL CONDE DE VALMASEDA
A LOS CUBANOS EN ARMAS:

"Artículo 1º Quedan completamente perdonados los que hayan peleado en la insurrección como soldados, sean blancos o de color, que se presenten con armas blancas o de fuego.

"Artículo 2º Los jefes de familia que se presenten solos o con las suyas respectivas.

"Artículo 3º Los jefes de partidas que lo hagan con la fuerza que están mandando.

"Artículo 4º Quedan exceptuados de este indulto general el titulado presidente, los que se nombran ministros de la República, los individuos de la Cámara y aquéllos que por la importancia que les dieron sus secuaces se convirtieron en azote del país, causando las desgracias que todos deploramos: los que no deben ser acogidos de ningún modo sin que la ley les exija cuenta de su criminal conducta, son los siguientes: Ignacio Agramonte, Sanguily, Villamil, Vicente García, Modesto Díaz, Luis y Félix Figueredo, Inclán, Garrido, padre e hijos, Calixto García Iñiguez, Máximo Gómez, Paco Borrero y Jesús Pérez."

(TOMADO ESTE DOCUMENTO DE LA OBRA DE ANTONIO PIRALA TITULADA "ANALES DE LA GUERRA DE CUBA", PAGINAS 437 Y 438, TOMO II).
 

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S O B R E    L A   M U E R T E    D E L    M A Y O R
 
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RELATO DE LUIS LAGOMASINO

DEBE ESTUDIARSE CON EL PLANO A LA VISTA

El día 10 de mayo se hallaba acampado el General Agramonte en el potrero "Jimaguayú", para hacer que descansara su caballería y dicha tarde llegaron algunos rancheros, dando la noticia de que una columna española estaba acampada en la finca "Cachaza", colindante con aquella en que se encontraban acampadas las fuerzas al mando de dicho general.

Inmediatamente ordenó el general tomar posiciones a sus fuerzas, pues comprendió el propósito del enemigo, que era batirse, quizás con el objeto de castigar su última hazaña, y hacerles gastar parque. Proponíase, en virtud de ello, el general trabar combate, y dió las órdenes oportunas.

La infantería de las Villas y Camagüey, al mando de los jefes, Brigadier J. González, comandante Cecino González, Tenientes Coroneles Lino Pérez y N. Morel, Comandantes Serafín Sánchez y Manuel Sánchez, ocupó toda la línea de las antiguas cercas y fondo del potrero "Jimaguayú" por el Oeste, y parte de las Norte y Sur; guardando la vereda que se dirije a "Guano Alto" el Comandante Serafín Sánchez; para defender la retirada de la fuerza en caso de necesidad, durmiendo aquella noche las fuerzas en sus posiciones, la caballería apoyada en la cabeza de la infantería en la parte Sur, defendida por delante con la barrera natural que presentaban las márgenes escabrosas y de grandes lajas del arroyo "Jimaguayú"; el potrero estaba sellado de guinea alta, que subía a mayor altura que la de un caballo.

El general, en las primeras horas de la mañana, se dispuso a reconocer toda la línea acompañado de su ayudante y después de haber recorrido la Sur y Oeste, estando a mitad de la línea Norte sintió el fuego de un flanco español con su caballería; retrocedió inmediatamente siguiendo la misma línea que había traído, pero momentos después, estando ya en el primer tercio de la línea del fondo—Oeste—precisamente delante de las fuerzas del Teniente Coronel Morel, para no perder más tiempo, cortó donde se encontraba su caballería, pues el fuego era cada vez más rudo, el cual disminuyó después. Le acompañaba su ayudante de campo el joven villareño Jacobo Villegas en toda la operación, y según algunos, otros de sus ayudantes.

Aquí realmente es donde se pierden las noticias del general Agramonte, pues el último que recibió sus órdenes fué el Teniente Coronel Morel, al cortar la tangente delante de sus fuerzas, las demás noticias que se tienen son resultado de las observaciones y estudio de la situación de las fuerzas enemigas y del lugar donde también cayera para siempre su denodado ayudante.

El flanco español que se batía con la "caballería camagüeyana", ante la resistencia de ésta, se replegó hacia el centro de la columna, si bien destacó algunos exploradores, que fueron nuevamente tiroteados por la caballería. En aquellos momentos llegaba el general Agramonte, ya inmediato al arroyo de lajas, cuando la caballería que había cargado sobre los exploradores españoles que se habían presentado delante de ella, confundiendo aquellos dos jinetes—que se presentaban por en medio del potrero casi cubiertos por la alta guinea, con otros exploradores, hicieron fuego sobre ellos, tan inmediato casi, que una bala de revólver penetró en la sien derecha del Mayor—como generalmente era llamado Agramonte,—que se desplomó en tierra—quizás él volviera la cabeza en aquel momento para ver el campo y conocer a quien se dirigía aquel fuego.—Ante aquel cuadro aparece su ayudante Villegas, clavó los ijares de su corcel llegando hasta la margen del invadeable arroyo y la caballería rompiendo sobre él nuevamente fuego le dió muerte también.

En aquel momento no sabían aquellas fuerzas quienes eran los que habían., muerto, los creían del enemigo, y se replegaron al puesto donde se les había designado, mientras tanto otro flanco corría hacia la línea norte ocupada por las fuerzas de Cecilio González y Lino Pérez.

La fuerza de caballería al mando de su jefe, que al decir del señor C. Luaces tenía instrucciones del General de emprender marcha en dirección de "Guano Alto," dejando el combate empeñado con la infantería y donde debían reunirse las fuerzas todas después del combate, cometió la falta imperdonable de no retirarse por el lugar designado o sea la vereda que guardaba el Comandante Serafín Sánchez, sino por otra vereda, a espaldas de donde se encontraba en la línea de fuego.

Como a las doce se retiraron las fuerzas de infantería, toda vez que no recibían órdenes y haberlo efectuado la caballería sin saberlo el resto de la fuerza, como a la una el Comandante Serafín Sánchez vió algunos exploradores del lado allá del arroyo, a los que no hizo fuego, por no Ilamar la atención, esperando la retirada de la caballería, y porque aquéllos no habían cruzado el vado único del arroyo precisamente así enfrente de la posición guardada por él.

A las tres de la tarde viendo que la caballería no se retiraba y tampoco recibía instrucciones resolvió retirarse a "Guano Alto", lugar designado para reunirse el resto de la fuerza, y allí esperar al General; pero a su llegada estaban allí reunidas todas las fuerzas, y faltaban el General y su Ayudante y entonces empezaron a inquirir. Morel dijo: "Que el General había partido de la línea donde él se encontraba en dirección de la caballería, acompañado de su • ayudante Villegas." La caballería dijo: "Que a ella no había llegado." Se resolvió esperar algo más, para en caso de no llegar ir a efectuar un reconocimiento; pero como a las cinco llegaron algunos "rancheros", dando la noticia que el General había muerto en el combate de ese día y la columna española lo llevaba atravesado en un caballo por el camino de "Cachaza a Puerto Príncipe". Ordenóse entonces un reconocimiento y se encontró el cadáver del ayudante "Villeguita" en la margen opuesta de la posición que ocupaba la caballería.

Así queda a nuestro juicio comprobada la forma en que murió el denodado general Agramonte. El general Agramonte murió de manos de los suyos, sin que éstos lo supieran y si alguno lo supo lo calló. El general Agramonte no tenía enemigos.

No se ha logrado saber con órdenes de quién se retiró la caballería del campo de acción, y cómo no lo hizo por la vereda de "Guano Alto", como se había dispuesto, que la guardaba el comandante Serafín Sánchez, para defender la retirada. En el plano y datos que de puño y letra del comandante doctor Manuel Pina Ramírez—que tengo al alcance de la mano—dice: que cuando la infantería llegó al Guano, encontró allí la caballería y ésta no sabia ni del General ni de su ayudante, y la infantería dijo: que cuando la caballería sostenía el fuego, él partió por el potrero hacia la caballería; y de allí las dudas que se presentaban en aquella tragedia obscura.

¿Quién mandó retirar la caballería del campo de acción, sin estar presente el General que iba a dar una batalla y sin que ningún ayudante comunicara aquella orden?

El general llegó hasta el lugar A, pasando el arroyo en que se apoyaba la cabeza de la fuerza mandada por el coronel Lino Pérez (núm. 13), allí sentía el fuego de su caballería y retrocedió por la línea, cruzando por delante de las fuerzas del Brigadier José González y Coronel Manuel Sánchez (núm. 14), al llegar a las del comandante Morel (núm. 15) el fuego recrudeció y partió la tangente, 8 al 9, donde cayó el General y del 9 al 10, donde cayó, a su vez, a orillas del arroyo, su ayudante Villegas.

El comandante Morel dijo: que a poco de partir cesó el fuego, y poco después se sintió nuevamente fuego hacia la caballería; de allí donde parten nuestras dudas, de allí donde creemos que Agramonte, en medio del potrero donde apenas si se vería el busto de los dos jinetes, confundidos acaso con exploradores de la fuerza rechazada, pudiera, víctima de ese fuego, haber caído el valiente e idolatrado General: que ante aquella desgracia, horrenda en grado sumo, su ayudante, loco, volara en su corcel sobre las fuerzas inmediatas para hacerles conocer la magnitud de lo ocurrido, y, víctima del mortífero fuego, sucumbiera también el valiente y pundonoroso ayudante.

No se inflige, ni lastima, la memoria del más grande de los camagüeyanos, si se hace historia y se investiga la verdad para la historia. Hay quien asegura que Villegas estaba allí con la caballería, y que en una de las cargas que se dió con tal ímpetu sobrepasó aquel arroyo invadeable y allí alcanzó la muerte de los españoles. Así sabe usted que no fué luego; ya hay otro que asegura también que Villegas cayó al pié del arroyo.

El capitán José Aurelio Pérez y Díaz, Secretario que fué del Brigadier José González, está también de conformidad con el plano; un día reunidos en Unión de Reyes, tratamos de él, y convino en muchas cosas.
 

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RELATO DE RAMON ROA

DEBE ESTUDIARSE CON EL PLANO A LA VISTA

Esperábanle en Jimaguayú, para celebrar .el triunfo, las brigadas de Caonao y de las Villas. Su entrada en el campamento dió lugar, como era justo, a esas grandes manifestaciones de júbilo que por necesidad en una guerra de independencia, se convierten en finos alambres conductores de los más gratos optimismos. Agramonte debía ser invulnerable, pensaban unos, porque lo abonaban su marcial figura y apuesto continente; Agramonte es inmortal!, exclamaban otros que mentalmente recorrían las vicisitudes de su vida revolucionaria, al contrastar la realidad de un presente tan halagüeño, por el pronto, con las escaseces y fatigas de la víspera.

Allí nos quedamos vivaqueando, en medio de las mayores alegrías, de convite, de ilusión en ilusión patriótica, hasta la noche del día 10 de mayo.

La oficialidad de las Villas había obsequiado con una comida, tan espléndida en cordialidad y afecto entre compañeros de armas y de causa, como paupérrima de los manjares que ofrecía.

Agramonte, que había ya sigilosamente dispuesto cuanto era necesario y procedente para acudir a las Tunas el día 25, a una reunión sin precedente, invitado por los generales de Oriente para tratar de planes de organización general del Ejército, y de operaciones combinadas, había accedido a dirigir su palabra correcta, enérgica y elocuente a sus ansiosos compatriotas, y acababa de cerrar su discurso con estas palabras: "Nuestra misión se va cumpliendo; vuestra disciplina y vuestra abnegación hacen de todos nosotros el núcleo fundamental de la futura República".... y esperando a que concluyera, se le acercó su secretario, que pidióle la venia para comunicarle nuevas de carácter reservado.

Medida de precaución que "El Mayor", como cariñosamente le llamábamos, había tomado aquel día, fué la de que nuestros "monteros" no saliesen en busca de ganado vacuno para el abastecimiento de carnes, con rumbo a Puerto Príncipe, esperando con muy buen acuerdo que el próximo ataque viniera de ese lado.

Pero he aquí que como el hambre suele ser mala consejera, el cabo Esquivel, camagüeyano, contrariando la orden, se había deslizado subrepticiamente hacia Cachaza. Allí, apenas anochecido, acampaba el enemigo.

Esquivel, entre confesar su falta exponiéndose a consecuencias, que desagradables habían de serle, y callar, exponiendo tal vez a nuestras fuerzas a otras de más bulto, optó por decir al secretario la verdad de lo que ocurría. Este, al disiparse el tronido de aplausos que siguió al discurso del Mayor, le comunicó la noticia.

Las ocho de la noche serían cuando el corneta de órdenes tocó retreta y apenas repitieron el toque los de los cuerpos, no dejó de llamar la atención que de seguida se escuchara la nota prolongada de silencio. . . .

El Mayor dió sus instrucciones a los jefes, y después de sus abluciones nocturnas de costumbre, ocupó su hamaca para dormir, como solía, despreocupada y profundamente.

Ayudante de guardia!—dijo,llamando a las dos de la mañana.—Un sargento y dos parejas de escolta, pronto para marchar! .. .

Eran exploradores que salían para Cachaza, a "traernos" el enemigo, escaramuzándole sin cesar.

La cita para el día 25 hizo que el Mayor, entre empeñar una acción formal y causar bajas al enemigo, bastantes a obligarle a contramarchar con sus ambulancias, se decidió por lo último, lo que a la vez era el medio más seguro de concurrir a la cita con su arrogante caballería.

El campo de Jimaguayú afectaba la forma común de los potreros en Cuba; un paralelógramo cubierto de pastos, con tres de sus lados rayanos con el bosque, formando la línea del frente una sabana.

Ya próximo el enemigo, la infantería villareña y la de Caonao, cubrieron un "martillo" hacia la izquierda, mientras a cierta distancia, a la derecha, formó la caballería, como medida de precaución, teniendo a retaguardia la "vereda" que conduce a Guayabo.

Empeñado el combate, el Mayor, caballero en "Ballestilla", dirigiéndose a su Estado Mayor, nos dijo:

"Mes amis", yo no voy a pelear; quédense ustedes con "el doctor'' (Antonio de Luaces) a las órdenes del' jefe de la caballería (coronel H. M. Reeve, Enrique, "El Americano").

Aquello, de juro, que nos contrarió, porque no era usual que se separase de nosotros, y aún menos en frente del enemigo; pero nadie fué osado a protestar, sino sumiso a obedecer, porque sus órdenes jamás eran discutidas.

Llevó consigo, sin embargo, dos ayudantes, Rafael y Baldomero Rodríguez, su ordenanza "Dieguito" (Diego Borrero) y su asistente "Ramón" (Ramón Agüero, que después fué alférez de caballería) con cuatro números de la Escolta, y por última vez se dirigió a nosotros, agregando, a guisa de satisfacción, a nuestra muda contrariedad:

"Yo no voy a pelear; voy a dejar que se entable la acción con los infantes, y pronto nos veremos en Guayabo."

Y así diciendo, partió al galope, hasta perderse de vista entre la viciosa hierba de Guinea, que completamente los cubría. Muchas de las balas perdidas llegaban a nosotros, que, según órdenes, nos manteníamos en firme, sin disparar. De allí se desprendió el teniente Leopoldo Villegas, y fuése a reunir con el Mayor, como si le impeliera una fuerza sobrehumana.

Contemplábamos la humareda y oíamos las descargas, observando que el enemigo, tras un avance demorado y cauteloso, retrocedió de pronto.

En esos momentos, el comandante Baldomero Rodríguez nos trae la orden de marchar hacia Guayabo, noticiándonos que el enemigo era pobre de acometividad, incorporándose conforme las instrucciones que recibió del Mayor; y ya entrando la vanguardia en la vereda, las mismas órdenes nos fueron reiteradas por el teniente coronel Rafael Rodríguez, que por el mismo motivo se incorporó a nuestra fuerza, diciéndonos que el Mayor iría por otro camino, que estaba cubriendo la infantería, a reunirse en Guayabo.

Habíamos podido observar que de nuestros batallones, sólo una parte le fué dable entrar en acción, y salíamos penetrados de que el enemigo, sin tomar el campamento, había emprendido la retirada, según lo indicaba el fuego.

En estos momentos se apareció, pálido, excitado, mancebo tan valiente como "Dieguito", diciéndonos que al venir a incorporarse a nosotros, y ya a alguna distancia, le parecía haber visto caer al Mayor. Ya habíamos desfilado y estábamos camino de Guayabo, obedeciendo órdenes, cuando llegó "Ramón", avisándonos que la noticia era cierta: el enemigo había emplazado su artillería y cañoneaba el campo. Pero nadie podía asegurar donde estaba el sitio de la catástrofe, porque la crecida yerba cubría el campo y no era el caso de desplegarse, debido a lo intrincado y recio de la vegetación.

Se optó por enviar órdenes a la fuerza de infantería que mandaba el Capitán Serafín Sánchez, quien avanzó hacia el frente, siendo inútiles sus pesquisas, que ya el enemigo se había marchado, y otro piquete de infantería fué el que encontró el cadáver del teniente Villegas, nada más.

El enemigo retrocedió, acampando en Lorenzo. Un soldado aragonés se entretenía en enseñar a sus compañeros la fotografía de una señora y una cartera que había recogido de un cadáver.. Estos objetos impelieron al jefe español a mandar un reconocimiento sobre el campo, y destacó una fuerza ligera, a la cual correspondió, jugada suerte a cara o cruz, ir a recoger el cadáver.

Así cayó el Mayor en poder del enemigo, después de habérsele ido encima con sus cuatro hombres , y de haber derribado a más de uno con su espada...

Misterioso destino el de los generales cubanos! Casi todos cayeron en acciones que. han sido poco más que escaramuzas

El duelo fué indescriptible, y aún hoy, al pensar en ello y en Cuba, necesitamos dominarnos para que no nos tiemblen las carnes. Su muerte, tras un recogimiento religioso, magnificó su grandeza; y su espíritu que a todos dominaba, despertó a los dormidos, y nuestras filas se engrosaron y nutrieron; se recibió dignamente el honroso legado, y nuestros jefes, oficiales y tropa redoblaron su valor, su abnegación y sus esfuerzos patrióticos, al extremo que la primera reconcentración de fuerzas, después del nefasto día, fué la verdadera y sorprendente revelación de una gran obra que nadie mejor que el sucesor del esclarecido Agramonte—el bravo general Máximo Gómez—pudo apreciar desde el primer momento, colmando su memoria de alabanzas, en medio del humo de la pólvora, luego que llevó sus huestes al combate, como en su día lo referirá la Historia.
 

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DE FRANCISCO ARREDONDO

Habana, junio 7 de 1910.
Sr. Salvador de Cisneros y Betancourt.
Presente.

Querido Marqués :

Tengo el gusto de remitirle las dos cartas que he recibido de nuestro comprovinciano y consecuente compañero el Coronel Enrique Loret de Mola y Boza, contestando la que le envié, con fecha primero del actual, a nombre de usted y mío, solicitando nos informara con todos sus detalles de cuanto supiera sobre el combate que sostuvo en el memorable potrero de Jimaguayú, nuestro siempre recordado Mayor General, Ignacio Agramonte, así como de la manera que aconteciera su muerte; toda vez que en el periódico "La Prensa" habíamos leído en "Las Fechas Históricas" que viene publicando mi amigo el señor Lagomasino, que se ponía en duda que aquella gran figura militar hubiera sucumbido por el plomo enemigo.

Como los datos y croquis recibidos de nuestro amigo el coronel Mola, y los que usted obtenga de nuestros viejos compañeros y militantes en la magna guerra, coroneles Ramón Roa, Manuel Sanguily, Fernando Figueredo Socarrás, el Representante Federico Betancourt y Benjamín Sánchez Agramonte y Rafael López (a) "Jiguaní", que tomaron parte en el fatal combate, podremos afirmar: ser completamente erróneo el contenido de la efeméride publicada en "La Prensa".

Siempre es de usted y le quiere su viejo compañero y comprovinciano.

(Fdo.) Francisco de Arredondo Miranda

 

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DE LOS VETERANOS DE CAMAGUEY

El Sr. Lagomasino, en el periódico "La Prensa"—"Fechas Históricas"—que publicó anteanoche, insiste en que contestemos sobre la muerte del Mayor. Para hacerlo publicamos hoy la interesante descripción del combate de Jimaguayú, que suscriben los señores:

       Marqués de Santa Lucía.
       Mayor General Javier de la Vega.
       Mayor General Manuel Suárez.
       General Maximiliano Ramos.
       Coronel Enrique Loret de Mola.
       Comandante Elpidio Loret de Mola.
       Capitán Antonio Arango.
       Capitán Manuel Barreto.
 

EL COMBATE DE JIMAGUAYU
(1873)
MUERTE DEL MAYOR IGNACIO AGRAMONTE Y LOYNAZ

Con motivo de haber publicado el periódico "La Prensa", en "Las Fechas Históricas" que viene editando el señor Lagomasino, una, que se relaciona con la muerte del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, en el memorable combate tenido con una columna enemiga en el potrero "Jimaguayú" el' 11 de mayo de 1873; y como en la narración que se hace, se pone en duda lo que ya se había publicado anteriormente por uno de los ayudantes de dicho General, el Coronel Ramón Roa, y se dá versión muy distinta; y hasta se indica que la Malhadada bala que puso fin a la vida de aquel gigante Patricio había partido de los mismos que formaban sus fuerzas.... ! No es posible que los camagüeyanos permitamos que ni siquiera se piense en que esta aserción tenga cabida en ningún cerebro humano.

Ignacio Agramonte y Loynaz, el 11 de mayo de 1873, era querido, idolatrado y venerado, no solamente de los camagüeyanos, sino de todo el Ejército Libertador; así, que es una aberración inaudita el estampar en letras de molde que haya podido haber un individuo tan infame en el Ejército Libertador que fuese quien le diera muerte.

Con objeto de desvirtuar este hecho, es que molestamos la atención del público, para que un acontecimiento de la importancia del narrado quede en su verdadero lugar y que la historia en esta parte sea una verdad.

No conforme con lo manifestado en años anteriores en el semanario "El Fígaro", por el coronel del Ejército Libertador Ramón Roa, ayudante y secretario de nuestro inolvidable Mayor; ni tampoco con lo expuesto por los individuos que se encuentran aquí, en la Habana, que estuvieron en dicha acción; hemos apelado al coronel Enrique Loret de Mola, ayudante que fué del Mayor y persona intachable bajo todos conceptos, para que en unión de sus compañeros camagüeyanos esclareciese los hechos; éstos, interesados, tanto como nosotros, no han hecho esperar su contestación, enviándonos las dos cartas que más adelante se leerán, las que no sólo autorizan con sus firmas, sino que se hacían solidarios de cuanto en ella se expresaba, firmándolas también, los jefes supervivientes que residen en aquella ciudad, y adjuntando, además, el plano detallado de la mencionada acción. Con el plano de manifiesto 'se ve, desde luego, lo infundado de lo expuesto en "Las fechas históricas", publicadas por el señor Lagomasino. Al principiar la acción, el Mayor con su escolta y, Estado Mayor, se encontraba con las fuerzas de Caballería del Camagüey; éstas hacen retroceder el flanco de la caballería española, cubriéndose con su Infantería; ya el Mayor con anterioridad había dado órdenes a su Escolta y Estado Mayor, para que se incorporasen a la caballería, cuyo jefe era el bravo brigadier Henry Reeve, marchando en seguida a donde estaba nuestra infantería, para lo cual tuvo que pasar el arroyo y el potrero de guinea, y a su vuelta para volverse a reunir con la caballería (como se ve de manifiesto en el croquis), el flanco de la infantería española le dió muerte, antes de llegar al arroyo, marchándose después de la acción, tanto la caballería camagüeyana, como los dos cuerpos de infantería, al lugar de reunión señalado por el Mayor.

La caballería cubana creía al Mayor con la infantería, y la infantería lo consideraba con la caballería; así que el asombro, fué muy extraño y alarmante por ambas fuerzas, al no presentarse aquel jefe en ninguna de éstas. Inmediatamente se mandó un piquete de caballería en su busca, pero fué en vano; los españoles se habían llevado el valioso tesoro.

¡Considérese cual sería la situación de sus queridos soldados!

Si la bala que hirió y mató al general Agramonte hubiera sido de un infame traidor, la caída de nuestro Mayor hubiera sido cerca del lugar que ocupaba la caballería camagüeyana y no después del segundo arroyo.

No cabe duda que Agramonte debió su muerte a una bala disparada por un soldado enemigo, pues si hubiese sido por uno de los suyos, hubiera resultado inmediato a las fuerzas cubanas, y alguien se habría enterado de ello; y antes de encontrarlo un soldado enemigo, sería visto por alguno de los libertadores.

Es de suponerse pues, que al regresar el Mayor de donde estaba la infantería de las Villas, para reunirse con el Estado Mayor y la caballería, el flanco de la infantería española le hizo fuego y una de las balas fué la que lo mató, y al retirarse este flanco, sin duda se encontró con el cadáver del Mayor, despojándolo (uno de los soldados) de cuanto llevaba, entre ellos, del portapliegos (a) "Bandolera", en la que aquél guardaba su correspondencia y papeles, los que presentados al jefe español, le hizo comprender, al momento, que el despojado eta el cadáver del invicto Mayor General Ignacio Agramonte, ordenando en seguida que saliera, a marcha forzada, una fuerza, llevando como práctico al soldado que había hecho el despojo, y llevaran el cadáver al campamento; no pasando mucho tiempo sin que aquélla regresara, conduciendo el inestimable tesoro caído en poder del enemigo.

Cuando las fuerzas cubanas llegaron al lugar que el general Agramonte les había ordenado se reunieran, fueron sorprendidos los jefes al no ver en ninguna de ellas al jefe amado; saliendo en seguida, como se ha dicho antes, una fuerza de caballería a hacer un recorrido por el campo de Jimaguayú y el lugar en que se había efectuado el combate... ¡nada encontraron! !ya era tarde! El cadáver del Mayor Agramonte estaba en poder de los españoles.

Salvador Cisneros Betancourt,
Francisco de Arredondo y Miranda.

Los suscriptos se adhieren a todo lo escrito, por haber asistido al mencionado combate.
Coronel Benjamín Sánchez Agramonte,
    en 1873, sargento primero.
Comandante Rafael López (a) "Jiguaní".

 

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DEL COMANDANTE ARMANDO PRATS-LERMA

La entrada de los supervivientes del Rosario, en Puerto Príncipe, causó el pánico consiguiente entre los defensores de la monarquía, a extremo tal, que no se dió el parte y se llegó a prohibir, con dura amenaza, el relato de la acción.

Weyler, que no había de faltar en esta escena, terminaba de organizar una fuerte columna compuesta de seiscientos hombres de infantería, guerrillas montadas y artillería, que quedó al mando del teniente coronel José Rodríguez de León.

Era la hora propicia de estrenarla, pues había imprescindiblemente que salir en persecución de los insurrectos. Decaído el ánimo, había que restablecerlo. Y al siguiente día, al "aclarar", se dirigió Rodríguez de León al sitio donde se había empeñado el desafío el día anterior, encontrando que había muchos cadáveres insepultos en aquel campo. Los prácticos, que eran criollos, se seguían por las huellas y la columna rindió su jornada en San Pablo. Los españoles pasaron por Yareyes, Santa Agueda y Cachaza; y por noticias de un soldado cubano que se había alejado un tanto de su campamento, se supo que una fuerte columna se hallaba acampada en Cachaza, por lo cual se suspendió la orden de partida que tenía dada, pues Agramonte se dirigía al siguiente día hacia Las Tunas, donde estaba citado para el 25 con el Mayor Vicente García.

Se estaba, pues, sobre aviso.

Los cipayos, que conocían perfectamente el terreno, comprendieron al instante el lugar donde estaban situados los cubanos al llegar ellos a Jimaguayú, la mañana del 11. Serían próximamente las siete de la mañana cuando los hispanos avanzan desplegados en son de acometer.

La yerba de guinea estaba en retoño crecido, menos un "cayo" extenso que en la seca se había librado de la incineración.

Se escucha la primera descarga de fusilería. La vocinglería es estridente y continuada.

Una de las compañías de la infantería española, la mandada por el teniente Saturnino García Pastor, se agazapa en el "cayo" mencionado.

Trata la caballería realista de pasar el arroyo que media, pero la caballería patriota, al arma blanca, la obliga a volver grupas, siendo muchos los jinetes derribados al golpe contundente del afilado acero. Y en esta persecución, pensando tal vez el Mayor cortar la retirada a los que huían a la desbandada, fué cuando se lanzó por la yerba de guinea y recibió de los soldados agazapados la descarga "a boca de jarro."

El que fué su ayudante muy estimado, Enrique Loret de Mola, que se hallaba presente en la refriega de Jimaguayú, nos ha dicho que "el General después de ordenar a su Estado Mayor que se uniera a la Caballería, fué él personalmente a dar órdenes a la infantería que se encontraba al otro lado del arroyo; y al regresar donde estaba la caballería, y ver que ésta ya cargaba al machete contra los españoles, trató de incorporársele, recibiendo el fuego de un grupo de infantería que estaba emboscado dentro de la alta yerba de guinea, en el potrero, recibiendo la muerte sin que de ello pudieran percibirse los suyos."

Los hispanos en su retirada ignoraban que había muerto Ignacio Agramonte. Se enteraron más tarde por los objetos que le había rapiñado al cadáver un soldado aragonés. El jefe de la columna, teniente coronel Rodríguez de León, dispuso entonces que retrocediera con fuerza suficiente el comandante José Ceballos en su busca, llevando de práctico al soldado rapiñador, quien lo llevó directamente a la yerba de guinea donde se hallaba agazapada la compañía del teniente Saturnino Pastor, a la cual él pertenecía. Y a las nueve de la noche, el Comandante Ceballos alcanzó al jefe de la Columna haciéndole entrega del "trofeo" por el cual, según decían, habían alcanzado la victoria; el cadáver del hombre magistral que hasta entonces había sido el brazo poderoso de la guerra en Camagüey.
 

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DE JUAREZ CANO

Dos de los documentos que conocemos sobre el combate de Jimaguayú o sean, el parte oficial español y la anotación que hiciera en el "Diario de Campaña", de la División de Camagüey, el teniente coronel Ramón Roa, a la sazón Ayudante y Secretario de Agramonte, presentan a simple vista exageraciones e inexactitudes de tal magnitud, que algunos extremos del contenido de ambos instrumentos no pueden tomarse en consideración, porque desfiguran, desnaturalizan por completo los hechos sucedidos y acusan hasta falsedades que los vician de nulidad, 'si cabe decirlo.

En efecto: el parte español publicado por "Diario de la Marina", de la Habana, el 13 de mayo de 1873, dice que los cubanos tuvieron 80 muertos y varios heridos; otro parte oficial que inserta Pirala en su obra "Anales de la Guerra de Cuba", afirma que Agramonte, con su caballería y alguna infantería, quiso introducirse en el campo español, y que los soldados del batallón de León, en brillante carga a la bayoneta, arrollaron a los cubanos, que huyeron vergonzosamente a la desbandada; lo que es completamente falso, pues nada de ello ocurrió allí, registrando los cubanos 24 bajas entre muertos y heridos solamente. La anotación de Roa, por su parte, también exagera y afirma que el cadáver del Mayor cayó en poder del enemigo, que lo colocó en el centro de un cuadro para defenderlo de los mambises, quienes, por su escaso número, no pudieron rescatarlo. Años después, el mismo Roa, escribe como llegó a conocimiento de los suyos la caída del general y como los españoles ocuparon el cadáver, muy distinto a lo que hizo constar en su célebre anotación.

Sin embargo de tales divergencias y contradicciones, tanto el parte como la anotación mencionada están conformes en que Agramonte cayó herido mortalmente por una bala española; el entonces coronel Serafín Sánchez, desde Key West, en 1893, escribió de acuerdo con ello; otros escritores entre los, que figura el doctor Eugenio Betancourt Agramonte, nieto del general, también aseveran que éste murió frente a la línea de fuego de tiradores de León, a resulta de una descarga de éstos, hecha a la mansalva, a quemarropa. Mas, la fantasía de algunos echó a volar fábulas y consejas, inverosímiles y hasta ridículas, para desvirtuar la verdad de los hechos; leyendas que el vulgo siempre repudió, afortunadamente y que, al fin, el tiempo se encargó de desvanecer, cuando ya estaban desacreditadas por ilógicas e inadmisibles. El caso que nos ocupa sucedió así:

Ya formalizado el combate de Jimaguayú, el mayor Agramonte, sobre su brioso "Ballestilla", acompañado de su Ayudante, el teniente villareño Jacobo Díaz de Villegas, y sus ordenanzas montados Diego Borrero y Ramón Agüero, trató de atravesar el potrero donde se libraba la batalla en momentos que disminuyó visiblemente el volumen de fuego de ambos bandos contendientes. En el trayecto a recorrer tropezó de improviso con un flanco enemigo, integrado por la Sexta Compañía del batallón de infantería León, que entonces mandaba el teniente don Saturnino Díaz Pastor y que se mantenía en observación, desplegada en guerrilla, oculta entre la alta hierba de guinea que sellaba el fértil potrero. Los tiradores hispanos dejaron que el grupo mambí se acercase a la línea, y entonces, a boca de jarro, hicieron una descarga, a resultas de la cual cayó el prócer, herido mortalmente en la cabeza por una bala de plomo endurecida, de fino calibre, de fusil sistema "Rémington Mod. 1873", de que estaba armada dicha unidad. Seguidamente la compañía continuó ¡fuego a discreción!, entonces fué herido el teniente Díaz de Villegas, más tarde rematado al machete por los guerrilleros criollos al servicio de España que marchaban con la columna de León.

El ordenanza, sargento Varona, cuando vió al Mayor caer del caballo, corrió en su auxilio, descabalgó y trató de echárselo a cuestas para sacarlo de allí, protegido por la hierba que lo cubría, pero no pudo con el cuerpo inanimado de su general y buscó el caballo para llevar a cabo su propósito, notando entonces que ambas cabalgaduras, la de su jefe y la suya,, espantadas por los disparos de León, habían desaparecido de aquellos alrededores. Entonces Varona regresó a pie a sus líneas y se refugió en la compañía de infantería que mandaba el entonces capitán Serafín Sánchez, apostada en la entrada de la vereda de "Guano Alto", y dió a éste oficial cuenta de lo ocurrido. Mientras tanto Borrero, que vió caer al Mayor y al teniente, se retiraba precipitadamente al Estado Mayor, donde a su vez dió la fatal noticia. Como ya los españoles habían tocado !alto el fuego! y retirada, y contramarchaban a Cachaza, los cubanos, que se replegaban a Guayabo, acordaron que el capitán Sánchez continuara con su unidad sobre el campo, buscando los muertos y heridos caídos en el fragor de la pelea, y luego, sobre el "rastro", se retirara al vivac insurrecto.
 

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DE CARLOS PEREZ DIAZ

Nos encontrábamos acampados en Jimaguayú con las fuerzas de las Villas cuando llegó a aquel lugar el General Agramonte después de su triunfo en los Dolores de Medina contra la Guardia Civil mandada por el Coronel Abril. Llevaba el General Agramonte en su cinto el machete del Capitán Larrumbe de la Guardia Civil. Era un machete especial y bonito. Yo no voy a hacer una descripción del combate de Jimaguayú que tuvo lugar el 11 de mayo de 1873, en que cayó para siempre el más grande, para mí, de todos los hombres que por la libertad e independencia de nuestra Patria han luchado en Cuba; pero quiero decir lo que yo ví con mis propios ojos y que difiere algo de lo que sobre esa acción tan desgraciada se ha escrito por individuos que estuvieron y que no estuvieron en ella.

Como he dicho anteriormente, teníamos academias donde se aprendía táctica militar y recuerdo que, la víspera de la acción, tuvieron lugar unos exámenes que presenció el General Agramonte, quien premió con un revólver al entonces Capitán Francisco Carrillo, por sus adelantos. Por la noche se dió una comida a la que concurrimos todos los Jefes y Oficiales de todos los cuerpos. Se recitaron composiciones poéticas y se cantó. Uno de los cantadores fué el Coronel negro, Cecilio González, acompañado de bandurria.

Vino la noticia del enemigo en Cachaza y el General ordenó tocar silencio y todos a sus respectivos cuerpos.

Serían como las 8 a. m. cuando se oyeron los primeros disparos. Jimaguayú era un potrero cuya yerba de guinea, en toda su extensión, cubría a un hombre a caballo. Formaba un rectángulo rodeado de monte. Nuestras fuerzas se hallaban situadas en la linea del sur; es decir, la mayor parte compuesta de infantería de las Villas y de la Brigada del Oeste desplegadas en orden de batalla con frente al norte por donde venía el enemigo. Del vértice del ángulo S. O. del potrero hacia el norte se hallaba también en orden de batalla otra infantería del Camagüey. Atravesaba el potrero de norte a sur, un arroyo cuyo ,paso principal se encontraba junto al monte en la misma línea de nuestras fuerzas de infantería.

El Coronel Manuel Suárez y yo, a caballo, nos encontrábamos en el flanco derecho de las Villas, junto al paso del arroyo. La caballería, mandada por el Coronel Enrique Reeve, se hallaba del otro lado del arroyo, algo distante sobre nuestra derecha. No se encontraba la caballería en la línea recta de los pabellones de la infantería, sino algo separada del monte, dentro del potrero, por la necesidad de los caballos. Por razón de la yerba tan alta, aunque estropeada por los caballos, no se distinguian los movimientos de la caballería desde el lugar en que yo estaba. En todo el frente de batalla había una faja de terreno, como de ocho o más metros de ancho, del monte a la yerba, en toda su extensión de este a oeste, completamente limpio. Al empezar los disparos vimos al General Agramonte acompañado únicamente de su jefe de Estado Mayor, coronel Rafael Rodríguez y de dos soldados de su Escolta, el sargento Lorenzo. y Ramón; pasaron por nuestro frente recorriendo la línea de infantería hacia el oeste. Los disparos se sentían más cerca y con más frecuencia, y vimos que el General volvía por la misma línea hacia nosotros. Al llegar junto al paso del arroyo, casi frente a nosotros, se detuvo, dió órdenes al Coronel Rodríguez, que no pudimos oír. El Coronel Rodríguez partió al galope, pasó el arroyo, hacia donde se hallaba la caballería, y vimos al General dirigirse al paso, con sus dos soldados detrás, hacia el norte, por donde se sentía el fuego mayor, por dentro de la yerba de guinea que lo cubría y se nos perdió de vista para no volverlo a ver más. No transcurrieron ocho o diez minutos cuando sentimos gritos hacia la caballería. Pasé el arroyo a escape y me uní a ella y ví que, en desorden, gritaban: "Han matado al Mayor, ¡ ¡arriba la caballería!". Pero en eso ví al coronel Reeve, en medio del arroyo, en otro paso, que se hallaba más al norte, con el machete en la mano, gritando: "¡Atrás, atrás!", y ordenaba a los oficiales contener la tropa. Yo no ví al Coronel Rodríguez en aquellos momentos, pero debo suponer que él y los otros Jefes y Oficiales de caballería obedecieron las órdenes de Reeve, porque nuestra caballería no cargó y permaneció en su puesto, hasta que se ordenó la retirada, que fué bien pronto, por una vereda que se hallaba junto al arroyo hacia el sur. Oí cuando dieron órdenes al Capitán Serafín Sánchez para que con su compañía de las Villas quedara allí en observación y reconociera el campo. El enemigo, ya por nuestros gritos o por la difícil situación en que se hallaba, no avanzó; es decir, no llegó a nuestro campamento y tuvo a bien retirarse, sin saber que habían matado al primer hombre de la Revolución. Rodríguez de León, que era el jefe de aquella fuerza enemiga, supo la muerte del General Agramonte cuando iba en retirada a más de una legua del campo de la acción.

La situación que se presentó a nuestra vista fué en extremo triste y negra. Cada uno hacía sus comentarios. Yo decía: ¿Cómo es que el Coronel Reeve, tan valiente siempre, viendo que nuéstro General está en poder de aquel enemigo, en vez de lanzarse sobre él detiene el impulso de nuestros soldados? ¿Cómo no se acordó del rescate del General Sanguily, en el que tomó parte principal el mismo Reeve? Algún tiempo después, en el ataque de Sibanicú, dirigido por el mismo Reeve, me convencí que no tenía disposiciones para la guerra. Era un valiente, pero nada más. Yo tengo el convencimiento de que si Reeve ordena la carga, nosotros derrotamos a Rodríguez de León. Ignacio Agramonte era grande por su carácter recto y justiciero; por la corrección y decencia en todos sus actos; por su inteligencia, perspicacia e Ilustración; por su valor incomparable y hasta por su arrogante figura.

Se ordenó por nuestro Gobierno que el General Sanguily tomara el mando provisionalmente de nuestras fuerzas. Cogimos un práctico que iba del Camagüey al fuerte de las Yeguas, y en la correspondencia ocupada había una comunicación del Comandante General para el Jefe del Destacamento, en la que decía, entre otras cosas: "Deme cuenta de las presentaciones que es lógico esperar."

Todos los Jefes de Destacamento fuera de la población debieron recibir la misma orden, a juzgar por el hecho siguiente: Estábamos en la finca "Contramaestre", camino de Santa Cruz, y salimos con el General Sanguily unos 40 hombres de caballería hacia el fuerte "Caridad de Arteaga". Llegarnos a éste y nos pusimos_ tan cerca que si hubieran hecho fuego, con toda seguridad matan unos cuantos de nosotros. Recuerdo que el Doctor Antonio Luaces, que iba también, me miró y se sonrió como diciendo: "¿Para qué es esto?" Volvimos nuestros caballos y ni un disparo nos hicieron. El General Sanguily, que conocía la comunicación del Comandante General de Camagüey, al Jefe del Destacamento de Las Yeguas, parece que quiso hacerle creer al de "Caridad de Arteaga" que íbamos a presentarnos.

En la acción de Jimaguayú, por más que otra cosa se haya dicho, yo no supe de más bajas que la del General Agramonte, Teniente Villegas y un soldado de las Villas, muertos; heridos no ví ninguno.

Algunos días después de esta acción llegó a Camagüey el General Máximo Gómez y se hizo cargo del mando de todas; nuestras fuerzas, que se hallaban en, muy buenas condiciones, relativamente, por su organización y disciplina. A la organización y disciplina de estas fuerzas debió el General Gómez sus triunfos en el Camagüey.

(TOMADO EST[OS] DOCUMENTO[S] DE LA OBRA DE EUGENIO BETANCOURT AGRAMONTE TITULADA: "IGNACIO AGRAMONTE Y LA REVOLUCION CUBANA", PAGINAS 522, 523, 524 Y 525).
 

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DE SERAFIN SANCHEZ

Dos o tres días después del combate glorioso que dió el General Agramonte ' en las inmediaciones de la ciudad de Puerto Príncipe contra la fuerza de caballería que, mandaba el teniente coronel Abril, apareció al frente de su brava y arrogante caballería dicho General. Tan pronto como las avanzadas del campamento anunciaron la presencia del caudillo en ellas, todas las fuerzas de infantería del mismo se colocaron en correcta formación para saludarlo militarmente. Apareció la vanguardia y en seguida el resto de la caballería, en formación de marcha, dos en fondo, con bandera desplegada y a toque de clarín. La infantería al divisar al Héroe en el centro de su columna, prorrumpió en estrepitosos y entusiastas vivas a Cuba, al General y a su fuerza, terciándole marcialmente sus armas. El General al desfilar frente a las fuerzas de infantería en formación se descubrió, y con sombrero en mano y al galope de su caballo Matiabo, saludó cortés y afablemente a las fuerzas que lo vitoreaban, mandando los oficiales de caballería a terciar armas y con sus machetes-espadas en la mano. Así hizo su entrada triunfal en Jimaguayú el héroe cubano que tan pronto debía caer y glorificar con su nombre aquel campo fatal de triste recuerdo. Cuando desfilaba de la manera que se ha dicho, por el frente de nuestros cuerpos de infantería, parecía uno de esos guerreros fantásticos que las leyendas y los poetas antiguos nos enseñan; alto, esbelto, gran jinete y en gran caballo, con el sombrero en la mano, el rostro radiante de alegría y su cabello espeso, sedoso y largo, formando melena, y mecido al viento a causa de la media carrera de su caballo, he ahí el aspecto verdadero y grandioso del héroe. Yo no puedo olvidar, ni ninguno de los que allí estaban habrán olvidado seguramente todavía, aquella magnífica figura del caudillo inmortal; aun me parece, después de veinte años transcurridos, que llevo plegada a mi pupila y a mi mente la estampa ecuestre y viviente del Bayardo Cubano en el momento de saludar alegremente a nuestra fuerza. Fuése a acampar con su caballería sobre el flanco derecho nuestro, próximo al arroyo que atravesaba el Campamento, y desde que se desmontó de su caballo empezó a ocuparse minuciosamente de las fuerzas de infantería allí presentes, de su instrucción militar, organización, estados de fuerzas, etc., etc. Toda la oficialidad perteneciente a la infantería le había saludado y felicitado por la acción que acababa de dar con tan brillante éxito, y él a todos correspondía cortés y afablemente. Los días siguientes a su llegada a Jimaguayú los empleó en los mil detalles que el servicio militar requiere para llenarlo completamente, pero sobre todo se ocupó de la instrucción de las fuerzas de las Villas, exigiendo que mañana y tarde hicieran ejercicios y que jefes y oficiales, sargentos y cabos, no perdieran ni un solo día en sus clases; pues ésos asistían algunas horas diariamente a una Academia militar establecida en el Campamento. Eso se hizo durante nuestra permanencia en Jimaguayú, y en todos los lugares donde acampamos más de dos días; pues hay que advertir que los jefes de infantería de las Villas y Camagüey eran muy constantes en la instrucción y disciplina de sus tropas, sobre todo, los coroneles Manuel Suárez, primer jefe de la brigada del Caunao y José González Guerra que mandaba la de las Villas. Llegó por fin el 10 de mayo por la noche; y nos hallábamos en una reunión con motivo de una cena mambí que la oficilialidad de Caunao daba a la de las Villas en pago de otra que dos o tres días antes diera ésta a aquélla. Consistía esa cena en carnes asadas, viandas, arroz, palmito y Cuba Libre en lugar de café (agua y miel de abejas hervida). A ese rústico banquete asistió el General Agramonte con su Estado Mayor, y el entonces teniente Coronel Henry Reeve con toda su oficialidad de Caballería, por haber sido ambos, con los suyos, invitados desde aquel día por la tarde. Estando todos los invitados en la enramada (Glorieta Rústica), y siendo como las seis y media de la tarde, llegaron al Campamento las parejas de caballería que el General mandaba diariamente sobre los caminos y fincas vecinas ,en exploración del enemigo, que se sospechaba vendría en son de ataque a nuestro campamento, y con mayor razón después de la derrota de Abril y su fuerza, cinco o seis días antes. Los exploradores citados dieron cuenta al General que no había novedad de enemigos por aquellas zonas, y se retiraron a sus respectivas tiendas. En seguida se habló de la guerra, se contaron por algunos chistosos episodios tan comunes en los malos tiempos de la Revolución, entre otros por el coronel Manuel Suárez; se cantaron canciones por el doctor Manuel Pina y algunos más; el comandante Heriberto Duque, hijo de Colombia, recitó poesías, y también cantó guarachas de Campamento, escritas por él y de las cuales el General Agramonte y los presentes gustaron y rieron mucho, por lo oportunas y graciosas. Así se pasó como una hora y ya servida la cena todos los circunstantes se arrimaron a la improvisada y espaciosa mesa de cujes, rodeada de asientos de igual clase, ocupando el General su sitio de honor, y así cada cual según el orden establecido. La cena abundante, aunque poco variada, duró como tres cuartos de hora, al cabo de los cuales nos separamos de' la mesa, la diversión y los cantos.

Serían ya de ocho a ocho y media de la noche cuando apareció un ranchero, de los que tenían su oculta vivienda en los montes que rodeaban la finca "Cachaza", informando al General que a esa finca había llegado ya de noche una columna del enemigo, procedente de la ciudad de Puerto Príncipe, según el rumbo que traía. En seguida el General hizo llamar a los exploradores y los envió de nuevo al lugar indicado del enemigo, y a otras fincas de los alrededores en previsión de que pudiera haber otras columnas españolas combinadas para caer sobre nuestras fuerzas. El General requirió a los exploradores que habían informado no haber tropas enemigas en los lugares inmediatos, rectificando ellos, que efectivamente no las había en "Cachaza", ni en otra finca de los alrededores hasta, su salida de ahí; y así era en efecto, porque entonces el ranchero participante de la tropa le dijo al General que aquélla había llegado a la finca "Cachaza" mucho después de oscurecer, esto es, como a las siete de la noche. Ya despachados los exploradores sobre el enemigo, como queda dicho, y siendo como las nueve de la noche, el General se puso de pie, y dirigió una corta arenga, en la cual refiriéndose a la aproximación del enemigo, recomendó a los jefes y oficiales presentes que se retiraran a sus respectivos cuerpos, y que esperaba que cada cual en su puesto de honor, supiera cumplir como de costumbre con su deber, agregando que él por su parte haría cuanto le fuera posible por poner en gran aprieto al enemigo que se anunciaba cercano, y del que estaba seguro vendría en persecución de nuestras fuerzas, concluyendo por reiterar a los presentes que se retiraran a tomar descanso, de manera de estar listos con sus respectivas fuerzas para la mañana siguiente. Nos retiramos y pasamos la noche sin novedad, despertándonos al "toque de Diana", a las cinco de la mañana del día once, y empezando desde aquel momento los arreglos y preparativos para esperar al enemigo. Ya como a las seis, empezó el General a comunicar sus órdenes a los Jefes de infantería, y éstos a su vez a sus subalternos de los Batallones y Compañías. Respecto a Reeve y su caballería, que estaba junto al General, un poco afuera o distante de la infantería, dió principio a sus movimientos según se veía desde lejos; pues el potrero "Jimaguayú" estaba limpio entonces de malezas aunque sellado de alterosa yerba de guinea. Todo se preparó según lo dispuesto por el General, apareciendo él mismo como a las siete, para examinar si se habían cumplido exactamente sus órdenes en los Cuerpos de infantería. Estos se extendían a lo largo del Campamento, que era de E. a O., como en una extensión de 600 a 700 metros, cerrando su flanco izquierdo con una o dos compañías de las fuerzas de las Villas; el flanco derecho nuestro sobre el arroyo al E. lo cubría el que escribe estas líneas, (que era Capitán entonces) con su Compañía compuesta de sesenta veteranos. La caballería allá, distante media milla, aguardaba desplegada en batalla la hora de combatir. Ese cuerpo selecto de caballería, compuesto como de ciento veinte y cinco hombres estaba dispuesto de tal modo por el General, que venía a caer, calculada la masa y distancia que ocupara el enemigo, sobre el extremo del flanco izquierdo del mismo, y su retaguardia, una vez empeñada la acción por nuestra infantería, por el frente. Ya en tal disposición de combate las fuerzas todas, el General aguardaba el fuego que debía principiar entre unos veinte, hombres de caballería de las Villas, que él había destacado al romper el día contra el enemigo, y aquél que desde temprano debía venir en marcha sobre el Campamento. Esos veinte hombres de caballería de las Villas los mandaba el valiente Comandante de la misma arma Andrés Piedra (Villareño), que al año siguiente, y al frente de ese mismo Cuerpo, ya aumentado, murió en la memorable acción de las Guásimas. A las siete y media se empezaron a oir los disparos entre la tropa enemiga y los veinte hombres mandados por Piedra, como a media legua, en el límite de las Sabanas de Jimaguayú. El fuego se iba acercando gradualmente a nuestro Campamento hasta que ya se percibía por las inmediaciones de la avanzada de caballería colocada en el lindero que separa el potrero, y la sabana de aquella finca. Entonces fué cuando el General Agramonte a caballo y acompañado de su Estado Mayor y Escolta, daba sus últimas disposiciones a los Jefes de Cuerpo, deteniéndose al frente de cada Batallón e inquiriendo hasta los más mínimos detalles sobre la' colocación y orden de las fuerzas. Marchaba sereno y con profunda calma por delante de la Infantería de O. a E. hacia el arroyo, cuando ya las balas del enemigo al frente y cercano a nosotros pasaban por encima de nuestras cabezas, de la del General y de sus acompañantes; llegó al paso del arroyo, que estaba' junto al monte, pasó aquél, y vino a situarse en nuestro fiando derecho, que como queda dicho cubría el que esto escribe con Su compañía. Una vez allí y al empezar el fuego entre los españoles y nuestra infantería, me dijo el General: "Capitán Sánchez, ¿qué órdenes ha recibido usted del Coronel González?"—"La de mantenerme en este flanco hasta recibir sus órdenes, Mayor", le contesté.—"Pues bien, aguárdelas usted y avance, después de recibirlas, en apoyo de mi Escolta"; y repasando el arroyo en el acto, desplegó la caballería, y machete en mano se lanzó sobre el flanco izquierdo del enemigo que ya se las había tiesas con nuestra infantería. A ese tiempo que el General efectuaba tal avance con sus treinta hombres de caballería, se veía a los Escuadrones de Reeve que caían como una avalancha impetuosa sobre la extremidad del flanco izquierdo y retaguardia del enemigo, formando así en conjunto ,el fuego nuestro casi un cuadro; pues sólo una parte del terreno de la acción que miraba hacia el lindero que da a las sabanas de Jimaguayú, no estaba ocupado por nuestra gente. La acción se empeñó con ardor, con brío, a fondo, como suele decirse, sin que en un cuarto de hora cesara el estruendo de los rifles y del cañón . que el enemigo traía; en ese tiempo, el humo que era mucho y espeso lo cubría todo y nada se veía; yo, que ocupaba la meseta de una pequeña altura que existe en la margen del arroyo como a sesenta metros, no percibía ya el movimiento de los que combatían a mi frente; pues sólo momentos antes de espesarse tanto el humo de la pólvora, había distinguido a nuestros Batallones en su avance potrero afuera, hacia la vanguardia enemiga, que se defendía tenazmente y a pie firme. Nada más ví en aquellos momentos de la acción, apareciendo poco después en mi Compañía el sargento Lorenzo Varona, de la Escolta del General, a pie y calzado de espuelas y polainas, diciéndome aparte y en voz baja, "que el General había sido muerto a su lado por una bala del enemigo", y agregó: "cuando el General cayó muerto de su caballo, yo traté de echármelo a cuesta, pero no pude con él, y lo dejé abandonado, perdiendo mi caballo que huyó espantado por el fuego del enemigo." ,A Varona, que me dijo eso, y habiendo perdido su caballo, no le quedó más recurso que huir, a pié, hacia mi Compañía para refugiarse en ella, puesto que aquél era el único flanco abierto que le quedaba para retirarse, repasando el arroyo. Yo, por mi parte, al recibir tan fatal noticia, guardé silencio entre mi gente, sabiendo por experiencia lo que desmoralizan esas nuevas fatales a los que las escuchan, más en los supremos momentos de una acción. En cuanto a mí, que no suelo ,ser de temperamento impresionable; puedo asegurar que tan infausta e inesperada noticia me dejó aturdido, como el que recibe en la cabeza o en el corazón un golpe mortal. Pocos instantes después vi que el fuego iba creciendo y nuestras fuerzas replegándose hacia la orilla del monte, lugar del Campamento que era su retirada natural, pero sin ser perseguidas por el enemigo, que se mantenía en sus posiciones de combate. Por fin, cesó todo el fuego, y nuestras infantería y caballería marchaban en orden de formación por el camino que orilla el monte, y que tenía franca salida hacia las fincas inmediatas de Guayabo y Antón. Entonces fué cuando yo, que me mantenía de reserva, por no haber recibido orden en contrario, me dirigí al teniente coronel Henry Reeve y le dije: "¿Qué órdenes me da usted?", contestándome él: "Manténgase aquí, observe los movimientos del enemigo; registre el campo de la acción cuando ése se marche y luego siguiendo las huellas de nuestra fuerza, vaya usted con su compañía a incorporárseme, llevándome relación de lo que viere." Así lo hice, y permanecí desde aquel momento, que serían las ocho y media a nueve de la mañana, hasta las dos de la tarde, en el campo fatal de Jimaguayú.

Ahora bien, el enemigo nos atacó como a las ocho de la mañana y nuestras fuerzas se retiraron próximamente a las nueve, es decir, que la acción duraría poco más de media hora. Los españoles permanecieron en sus posiciones de combate hasta las once que se retiraron por el camino que habían traído,—el de Cachaza.—Esas dos horas que permanecieron en Jimaguayú los españoles después de la acción, las emplearon en hacer su rancho, curar sus heridos y enterrar sus muertos. Tan pronto como ellos se marcharon, yo ocupé de nuevo la ranchería del Campamento que no habían destruido por no haberse acercado a ella; pues sólo una pequeña sección de su caballería había avanzado hasta los primeros ranchos, y sin desmontarse de sus caballos cortaron con sus machetes las horquetas de algunos de ellos, retirándose en el acto. Habiéndose retirado la tropa española, empezamos nosotros a registrar el campo de la acción; la alterosa yerba de guinea, que algunas horas antes lo cubría todo frente al Campamento, estaba como cortada y molida en todo el espacio que ocuparon las fuerzas combatientes; en el flanco izquierdo del Campamento, como a 250 metros de distancia estaba un fortín viejo que los españoles habían construido allí provisionalmente en otro tiempo, abandonándolo; pues bien, en ese fortín había una fosa, y en ella trece muertos, pertenecientes a la columna española que acaba de combatir, e inmediato a la misma, dimos nosotros sepultura al cadáver del valeroso capitán de caballería perteneciente a la Escolta del General Agramonte, Jacobo Díaz de Villegas, que había muerto= combatiendo heroicamente al lado de su General; tenía heridas de bala y de arma blanca, y entre éstas una que le había cortado la lengua. Era el Capitán Jacobo Díaz de Villegas, hijo de Cienfuegos, sobrino del General Juan Díaz de Villegas, que fué anteriormente primer jefe de la División de Cienfuegos. Jacobo había subido al Camagüey con las fuerzas de las Villas en 1871, cuando aquéllas abandonaron su territorio, acompañando a su tío el General; luego en Camagüey, el General Agramonte lo había incorporado a su Escolta, y en ésa se distinguió notablemente per la impetuosidad de su valor; habiendo sido,—según está escrito—el oficial que más se había hecho notar cinco o seis días antes en el combate contra la fuerza española que mandaba el teniente coronel Abril. El general Agramonte tenía en gran aprecio y estimación al citado Capitán Villegas. Este era un bonito joven que tenía unos veinte y seis o veinte y siete años de edad, cuando cayó en el campo fatal de Jimaguayú, al lado del héroe camagüeyano. En aquel campo recorrido y explorado por nosotros, encontramos regados varios objetos, como cananas, cápsulas, sombreros, zapatos y ropas de los españoles; había además unos cuantos caballos heridos que ellos habían dejado abandonados. A las dos de la tarde y después de examinar bien el campo de batalla, y de haber almorzado mi gente, que había cocinado en el mismo campamento, me retiré de él siguiendo las huellas de nuestras fuerzas, según me lo había ordenado Reeve. Y, ¡cosa singular y desgraciada es ésa de que no habiéndose el enemigo llevado el cadáver del General Agramonte en su retirada del campo de la acción por ignorar su muerte, y permaneciendo yo en aquél, con más de sesenta hombres de mi fuerza, examinándolo y registrándolo todo por espacio de tres horas, no encontrara el preciado cadáver allí abandonado y oculto por la yerba de guinea para unos y para otros! Pero es verdad que yo y todos creíamos que al morir el General y desaparecer de nuestra vista, el enemigo se había apoderado de su cadáver, desde el primer momento, y en esa convicción, claro es que no habíamos de tomarnos empeño ,en buscarlo en aquel campo. Así pasó todo aquel incidente desgraciado. Como ya queda dicho, yo me retiré a las dos de la tarde, y dos horas después, según se supo luego, el enemigo—una parte de la columna—había contramarchado desde la finca "Cachaza" en busca del cadáver, que recogió y se llevó atravesado en un mulo hasta la ciudad de Puerto Príncipe, en la cual algunas horas mas tarde (12 de mayo de 1873) lo convirtió en cenizas en el cementerio de dicha ciudad. Y el hallazgo del cadáver sucedió de esta manera. Un soldado do la columna española, después de la acción seguramente, registrando el campo se encontró con un cadáver cubano abandonado, y viendo por su aspecto y vestuario distinguido que debía ser un jefe, se acercó a él y le registró las ropas, encontrándole en una cananita ajustada al cinto, papeles y tal vez algún dinero, puesto que no dió parte del hallazgo a la columna, apoderándose de esos objetos y marchándose; mas luego parece que habló en la marcha sobre lo del cadáver y lo que había extraído de él, y fue denunciado ante el jefe de la columna quien examinando los papeles vino en conocimiento por ellos que el cadáver encontrado por aquel soldado era el del General Ignacio Agramonte, y volvió sobre sus pasos por él. Ahora bien, para terminar diré, que sobre la muerte del General, que tantas versiones han corrido después respecto de las circunstancias que la rodearon, yo creo sencillamente que el General, desviado por un momento del grueso de su Escolta y Estado Mayor, y sólo acompañado de Villegas y Varona, trató de salvar un espacio de terreno no muy+ considerable que mediaba entre él y la caballería de Reeve; parece que con la idea de comunicarle alguna orden verbal a aquel jefe—a Reeve—y al atravesar ese espacio cubierto de yerba de guinea, tropezó de improviso con un flanco de infantería enemiga que le hizo una descarga a certísima distancia, causándole la muerte instantánea por una bala que le atravesó el cráneo. Ese es mi parecer, y me fundo en él partiendo de la relación que en aquel infausto día me hizo Varona, y que aparece anteriormente en este relato, y también por haberse encontrado el cadáver de Villegas cerca del lugar en donde más tarde se marcó con piedras y ladrillos la caída de Agramonte. Se dijo poco después de su muerte, que el General había sido muerto por un joven de apellido Zaldívar que se había pasado de nuestro campo al del enemigo; pero yo a eso no le dí ni le doy importancia alguna, puesto que conozco a fondo el sistema de nuestra guerra que no se prestaba a esa caza de hombres determinados, en medio de un combate como el de Jimaguayú, sobre todo en donde no hay alturas que pudieran dominar el campo de batalla y cubierto éste de yerbas tan altas, que dentro de ellas desaparecerían infantes y jinetes, por eso niego la versión de que el joven Zaldívar fuera el matador de Agramonte, suponiendo solamente, que si ése se había pasado al enemigo en aquellos días, natural era que viniera con otros cubanos prácticos de esos lugares guiando la columna de León. Hay otra versión vaga, y que hace poco me hizo oir Manuel Sanguily, y que yo ignoraba por completo; la de que un mulato había sido el que le dió muerte al General Agramonte. Yo no sé de donde ha sacado Sanguily ése, que sólo a él se lo he oído decir, en el espacio de veinte años que median de la muerte de Agramonte a la fecha: es verdad que Sanguily dice: "Se dijo, o se dice que un mulato", tal vez sea ése un sueño de Manuel. El es soñadoro, una suposición por lo menos muy propia de él.—Y dicho esto, vuelvo a ratificar mi creencia de siempre de que el General Agramonte fué muerto por un flanco enemigo que tropezó con él a corta distancia dentro de la yerba de guinea que era sumamente alterosa en aquel lugar. Yo marché sobre las huellas de nuestras fuerzas hasta alcanzarles en la finca "Guano Alto", en esa triste noche del funesto once de mayo; le dí cuenta al teniente coronel Reeve de mi exploración y demás circunstancias de ella en el orden que ya dejo consignado y me incorporé a mi batallón. En ese campamento de "Guano Alto" donde llegué, todo era aflicción y profunda tristeza, nadie reía, todos Callaban y si los grupos hablaban lo hacían en voz baja y de duelo, como lo hacen las familias numerosas cuando acaban de perder al padre amante y bueno. Aquella catástrofe irreparable, producida por la muerte de un hombre, hirió tal vez a la República; pero a nosotros que habíamos combatido a su lado tanto tiempo, y que conocíamos a fondo el valor militar y patriótico de aquel hombre, nos causó su desaparición de la escena pública y de la vida revolucionaria, el efecto pavoroso que deben sentir los que se hunden en el vacío sin encontrar asidero para salvarse de una muerte segura. Sólo me resta decir que las fuerzas cubanas en Jimaguayú constarían de unos quinientos hombres, y que las españolas llegarían a setecientos, más o menos; que nuestras bajas fueron unas veinte y pico, considerándole al enemigo muchas más. El General Agramonte en el combate de Jimaguayú montaba su caballo Ballestilla, que ocupó el enemigo. En cuanto al plan de combate ordenado por el General, de más está decir que no tenía pero; él conocía el terreno minuciosamente y se había presentado para combatir en él, previendo que los españoles vendrían a buscarlo para desquitarse de la derrota de Abril.

En las acciones de guerra, tan llenas de accidentes y peripecias imprevistas, es muy expuesto dar una opinión concluyente o afirmativa sobre su resultado, y así sucedió en Jimaguayú, donde cualquier conocedor del estado y entusiasmó de nuestras fuerzas, y del gran caudillo que las mandaba, y estudiando el plan que aquél trazara, y sus circunstancias favorables, como la de componerse la columna enemiga de unos setecientos hombres y la nuestra de quinientos, cuyas cifras no eran desproporcionadas, porque fué muy común en la guerra de Cuba triunfar nuestras fuerzas siendo solamente la mitad en número de las del enemigo, hubiera esperado de seguro un triunfo lisonjero para nuestras armas; pero lo impidió la inesperada y hasta imprudente muerte de Agramonte. Así puedo llamarlo porque él ya en aquellas ventajosas condiciones de preponderante crédito militar en que se encontraba, no debió dejarse llevar de su impetuoso brío de guerrero y entrar en la acción de Jimaguayú como un simple soldado de fila, puesto que su carácter de Primer Jefe le ordenaba militarmente lo contrario de lo que desgraciadamente hizo—dió por resultado la catástrofe en lugar de la victoria, y a no ser por eso, sabe Dios lo que hubiera sido aquel día de la columna española que mandaba el teniente coronel León. Pero así estaba escrito, como diría un fatalista; pues hay que saber, que después de estar nuestras fuerzas muchos días en Jimaguayú esperando al enemigo sin que éste viniera, había el General Agramonte determinado al fin, marchar el once por la mañana, anunciándolo así en la orden del día diez por la tarde a todas las fuerzas; y después vinieron los exploradores de caballería diciendo que no había enemigo por aquellos alrededores, según Jo he explicado antes, y por último el desgraciado anuncio del ranchero de Cachaza que cambió la escena en que girábamos y también la faz de la República Cubana.

Key West, 1893.
Serafín SANCHEZ

(TOMADO ESTE DOCUMENTO DE LA OBRA DE EUGENIO BETANCOURT AGRAMONTE TITULADA "IGNACIO AGRAMONTE Y LA REVOLUCION CUBANA", PAGINAS 525 A LA 533, INCLUSIVES).

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